Los recuerdos tienen esa llave que abre la puerta de sentimientos. Unas veces buenos, otras no tantos.
Llegando a Barajas, después de tres meses, a mi mente han venido tantas cosas, que ni siquiera puedo ubicar los sentimientos despertados en un bando u en otro.
De nuevo los carteles en español; un calor agobiante dándote el abrazo mas “hot” que jamás he recibido, la guardia civil, y la cara de felicidad de mi padre (también mi doble) al verme llegar agotado después de haberme tocado dormir una noche en un aeropuerto secundario, abrazado a mis maletas, con un sombrero londinense cubriendo mi cara, y sabiendo esperar con paciencia. El gran aporte de Londres a mi vida, la paciencia.
Y de nuevo coches con el volante a la izquierda circulando por la derecha, a los que adelantamos para llegar cuanto antes a la casa de mis sueños: la mía, a la cual no la puedo pedir nada más.
Ese salón enorme, con ese cuadro (tan bonito), que una vez tu pintaste, y que hoy me ha hecho recodarte otra vez.
Mi habitación, con mis posters y mi vida adornando este fantástico lugar, que tantas horas me ha visto hacer tantas cosas que amo.
Mi patio, con Key esperándome para decirme en su idioma (el cual creo que domino más que el ingles) que me ama con locura y que donde coño me había metido todo este tiempo.
Mi baño, con mi ducha (¿Por qué me parece tan paradisiaca?) donde, hasta el día que retorne, me daré 21 baños como 21 soles.
Y EL SILLÓN, que me ha acariciado (si, era él, no era yo), hasta dejarme dormido a forma de bienvenida, por una corta estancia de tiempo, a lo que es y será siempre, para lo bueno y para lo malo, MI VIDA.
Y así acabo este texto, sin trabajo ninguno ni nada característico, solo por el placer de escribirlo, en mi retorno a mi hogar. Me esperan 20 días apasionantes…