miércoles, 1 de diciembre de 2010

Si, puede que tú también pertenezcas a la especie.

Son las 7 de la mañana y suena el despertador. Te quedaste dormido en un momento indeterminado de la noche, viendo en la tele algún canal cualquiera, en el que realmente daba igual quien hablara y sobre qué, que termino dejándote sopa , aunque nadie sabe a qué hora. El sonido de alguna melodía (la que sea, da igual que sea tu tema favorito, ese pedazo de clásico que escucharías mil veces, cantando en todas ellas, el típico “ring” de toda la vida, como si es el “Quinto, levanta”), a esas horas, sumergido en un fantástico sueño, que solo Dios conoce  cuál será el argumento, pero es fantástico, rompe tu burbujita y te trae de sopetón al mundo real, donde toca ir a pringar (los que estudiamos, dentro de lo que cabe, no estamos mal), donde hace frío o calor, la gasolina cuesta un ojo de la cara, tu equipo de fútbol pierde y pierde (sí, soy del Atleti), la comida no se cocina sola, ni siquiera el móvil, ese capullo que todas las mañanas es puntual al despertarme, es capaz de ir solo y enchufarse el cargador.
Pero volvemos a ese sonido que intenta asesinar tu felicidad. Es persistente, y no para de sonar, y sabes qué no dejara de hacerlo hasta que no te decidas a apagarlo. Tú conoces ésta información de sobra, al igual que también sabes que no te puedes negar a la evidencia, tienes que levantarte y punto, no queda más remedio. Pero también aprendiste un buen día una tecla, que post-pone ese sonidito jode-sueños cosa así como 10 minutos. Y puedes pulsarla sin abrir los ojos, porque no, no es la primera vez…
Puede que incluso dentro de tu cabeza, durante esos instantes en que realmente no estás dormido, pero que despierto tampoco, llegues a echar cálculos, buscando el momento exacto en el que puede sonar el despertador, y aun darte tiempo a llegar a la Universidad, la obra, la fábrica, o donde quiera que tu pases el (fatídico) día. Ese momento límite, en el que cuentan que uno consiguió no llegar tarde a sus asuntos, aunque nadie le conoce. Sabes todo esto y qué siempre salió mal, pero te la juegas y retrasas, sin dudarlo demasiado. Algo que demuestra que no solo eres DEBIL DE VOLUNTAD, sino que además, confías muchísimo en ti mismo y en tu capacidad de razonar, mientras al mismo tiempo es posible que estés imaginando a Angelina Jolie, cogiendo su ropa y largándose de tu habitación.

Y es que los Débiles de Voluntad somos una especie muy extendida. Todos esos impuntuales, que prometieron dejar de fumar mil veces, que juraron y perjuraron que esta vez no abandonarían el gimnasio, ni la dieta, ni todas esas cosas que finalmente, no terminaron cumpliéndose. Pero al menos yo, seguiré intentándolo, porque se puede mejorar, y alguna vez que otra, se consigue aguantar la tentación de caer ante la debilidad. Si eres uno de estos casos, no lo dudes, ¡PODEMOS!.